Swingers: un remolino de fantasías


Para muchos, es una práctica subversiva. Los que pertenecen a ese mundo inquietante opinan que se trata de un bálsamo refundador del deseo. El secreto, dicen, la fidelidad de la pareja.

  • por  Elena Peralta / Clarín Mujer
     
    Dos parejas se juntan a comer. Treinta y pico, bien vestidos. Lo usual, nada estridente: una copa de vino, agua sin gas, risotto, almendras… Toman un trago. La insinuación la hace una de las chicas. El clima invita y el juego comienza. Lo que hacen quedará en la línea en la que el deseo toca lo prohibido. Los encuentros swingers conjugan fantasías y adrenalina en una esfera donde el placer siempre está al límite.

    El placer menos pensado

    El nombre viene del verbo swing, que en inglés, significa oscilar. Y, en las sábanas, el significado es literal: aunque las variantes son infinitas, esencialmente, el sexo swinger se hace con la pareja del otro frente a la propia. Se empieza de a cuatro pero se pueden sumar más… ¿Una partuza? Los swingers juran que no.

    “Las reglas están claras y se pactan de antemano. Mucha gente confunde a los encuentros swingers con una orgía desenfrenada y no es así. Siempre se va de a dos y no es un todos contra todos sin control. El swinger goza viendo gozar a su mujer o a su hombre”, asegura Laura (prefiere no dar su apellido), encargada de Anchorena, uno de los complejos swingers de Buenos Aires.

    Profesora de Educación Física, entró en la movida hace nueve años, después de romper con un matrimonio de casi dos décadas. “Conocí a mi pareja actual y me lo propuso él. Tenía mis reservas, pero cuando probé, experimenté una sensación de unión que nunca tuve con parejas anteriores”.

    Su primer encuentro fue en el club donde hoy trabaja. En esa época Anchorena era uno de los únicos pubs de intercambio de parejas. Ocupaba la planta baja de un petit hotel de Barrio Norte. Hoy tiene siete pisos que incluyen pub, reservados, un restó erótico, un appart hotel y hasta un sector nudista. Paredes color salmón, sillones amplios y luces bajas ayudan a subir los decibeles.

    “Hay distintos sectores para que todos se sientan cómodos”, dice Laura y aclara que no a todos les gusta lo mismo: “algunos quieren exhibirse y otros no. También están los que quieren hacerlo en una habitación del appart”.

    De la cama al diván

    El sexo swinger es un remolino de fantasías. “Mezcla elementos del voyeurismo, del menàge a trois y de la orgía”, explica el psiquiatra Adrián Sapetti, presidente de la Sociedad Argentina de Sexología Humana. Para el médico, el intercambio de parejas no constituye una patología, sino que es una manera más de relacionarse que, como cualquier otra, puede salir bien o mal: “No todos están preparados para sostener una relación de este calibre”.

    El psiquiatra asegura que muchos de estos encuentros acaban en el diván. Los que quedan peor son los hombres: “de alguna manera, tienen que medirse con el otro que está haciendo gozar a su mujer. Todo en un medio de mucha exposición. Y hay que ser capaz de sostener una erección en ese contexto”.

    “Para que una relación swinger termine bien, la pareja debe funcionar bien antes de emprenderla”, aclara el psicólogo y sexólogo Patricio Gómez Di Leva. El médico asegura que buena parte de los que se inician en una relación de intercambio supera los treinta años.

    Hay parejas homosexuales, pero la mayoría es hetero. Una manera de reinventarse en la cama después de mucho tiempo de hacer lo mismo. “Lo toman como una aventura, un impasse en la rutina que puede terminar en un encuentro o seguir para el resto de su vida”, explica.

    Simplemente, sexo

    Eduardo y Julia (los nombres son inventados) probaron y les gustó. Llevan más de veinte años casados, la mitad en el mundo swinger. Dicen que el intercambio le cambió el color a su relación.

    “Estábamos en una meseta, en la que el sexo era una rutina. El juego de vernos junto a otros nos ayudó a reencontrarnos con nuestro propio deseo”, dice Julia. “Ver qué la hace gozar me guía a mí cuando estamos sólo nosotros dos”, asegura Eduardo. Es que el encuentro con otras parejas permanece en la cabeza y dispara ratones en casa.

    “Después te matás”, aclara Marcela, relacionista pública y swinger ocasional. “Con mi novio vamos cuando tenemos ganas. Es como recargar pilas. Aunque te parezca mentira, por más que nos veamos haciéndolo con otro, siempre sentimos que es entre nosotros dos”.

    Una de las reglas básicas del mundo swinger es que se entra en pareja. “Algunos vienen buscando tríos, pero no es lo más recomendable. Tampoco, que la relación se haga en cuartos separados. Tu pareja tiene que estar presente, si no termina mal”, profetiza Laura y aclara que vio romper varios matrimonios cuando el intercambio se dio más allá de la cama.

    ¿Celos? No. Un bichito que mezcla un poquito de envidia y mucho de excitación. “Para el swinger el sexo es sólo una mínima parte de la pareja. La infidelidad es otra cosa”, aclara Laura y cuenta su ejemplo: “No me molesta ver a mi marido con otra, incluso tampoco saber que tuvo sexo sin mí, siempre que me lo diga. Ahora si lo pesco mandándose mensajitos o tomando un café con otra, lo mato”.

    ¿La infidelidad es otra cosa? ¿Puede mortificar más un mensajito mandado a escondidas que un encuentro erótico con un tercero, pero confiado a la pareja? Así parece, así dicen, así aseguran y sostienen. ¿Con qué derecho desestimar tanta convicción?

    Sapetti establece que por moderno que parezca, el sexo de a varios es una vuelta a los orígenes de la humanidad, un excitante regreso a lo tribal. “Somos monógamos sólo porque alguien en un algún momento nos dijo que así debía ser”. Creer o reventar.

    Cuestión de código
    No hay una sola versión, pero todos coinciden en que estas cláusulas constituyen lo que sería una especie de “código” swinger.
    1. No romper ninguna pareja ni vincularse, erótica o sentimentalmente, fuera del encuentro swinger.
    2. Asistir a la primera cita swinger dispuesto a no hacer perder el tiempo a los otros.
    3. Nunca faltar a las citas acordadas.
    4. Nunca imponerse sobre la voluntad de nadie para practicar el swinger, aún tratándose de la propia pareja.
    5. No hablar del estilo de vida swinger con quienes no hayan manifestado interés al respecto. Respetar las ideologías y creencias morales de los demás, aún si no son respetadas las propias.
    6. Proteger el propio anonimato como el de otras personas swinger conocidas.
    7. Cuidar al máximo la higiene y apariencia personal.
    8. No hacer nada que desacredite el estilo de vida swinger.
    9. Ser amigable y cálido con las amistades swingers, pero nunca invadir los ámbitos emocionales de otras parejas.
    10. Practicar siempre sexo seguro.